Por Ronald Hanko[1]
Una de las razones por las cuáles no creemos que el Pacto sea un acuerdo o contrato por el que la salvación es dispensada al pueblo de Dios, tiene que ver con la consumación del Pacto. La consumación del Pacto es su realización final en el Reino celestial y eterno de Cristo, nuestro Señor.
Si el Pacto fuese un contrato o un acuerdo con el fin único de brindar salvación, se sigue que, en su consumación, cuando recibamos la plenitud de nuestra salvación, el pacto será puesto a un lado o descartado del mismo modo en que cualquier otro contrato se da por finalizado cuando se cumple aquello por lo que se realizó en primer lugar.
Pero esto no puede ser así. Porque si algo caracteriza al Pacto de Dios es que es eterno. No es algo que simplemente es útil por un período de tiempo y luego es puesto aparte, como en el caso de los contratos o acuerdos entre personas.
Nosotros creemos, por lo tanto, que el Pacto es una relación o lazo entre Dios y Su pueblo, en Cristo. Ésta relación es descrita en la Escritura a través de la fórmula pactal: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”.
Si esto es, de hecho, la esencia del Pacto -el que Dios es nuestro y nosotros Suyos-, entonces, en el cielo el pacto no será desestimado o abandonado, sino completamente realizado. De ésto es lo que se trata el cielo: que estaremos junto a Dios para glorificarle y disfrutar de Él para siempre.[2]
Ésto es exactamente como Ap. 21:3 describe la gloria de los cielos nuevos y la nueva tierra. Cuando todo sea renovado, ya no habrá más lágrimas, no habrá más muerte, no habrá más llanto, ni tristeza ni dolor. ¡Cuán maravilloso será aquello!
Pero incluso más maravilloso es lo que se oye anunciar a la voz del cielo: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él habitará con ellos y ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios”.
Observe que este pasaje tiene en sí mismo la fórmula pactal que se usa a través de toda la Escritura: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. ¡No hay nada más deseable o maravilloso que aquello!
Note, además, que el pasaje habla del tabernáculo de Dios. En el Antiguo Testamento, éste era un lugar de Su pacto, el lugar en el que Él habitaba con Su pueblo y se revelaba a sí mismo como su Dios (Éx. 29:42-46).
Aquella tienda en el Antiguo Testamento no era sino un tipo y una sombra de cosas mejores, pues aquello prefiguraba al mismo Señor Jesucristo, en quien y a través de quien, Dios habita con nosotros como nuestro Dios y por medio de quien Dios nos revela completamente Su gloria. En Cristo, Él se reúne con nosotros y habla con nosotros. En Cristo, Él habita entre nosotros. Ésta es la bendición eterna del Pacto de Dios.
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