Por Ronald Hanko [1]
Génesis capítulo 15 muestra claramente que el pacto de Dios con Abraham —y a través de Abraham con el verdadero Israel así con nosotros— es un pacto de gracia. Sin embargo, ese mismo capítulo también nos recuerda de otra característica notable en el pacto de Abraham: que conlleva, la tierra prometida.
Sin embargo, la promesa de esta tierra es muy a menudo mal entendido y guía a muchos a buscar por una futura restauración a la nación de Israel en la tierra terrenal de Canaán. Nosotros creemos que pensar así es una esperanza vana de la promesa.
El pacto con Abraham según la Escritura muestra cuán vana esperanza es pensar así. Si el pacto con Abraham conlleva la promesa de un tierra física a él y a su descedencia, entonces esa promesa nunca se cumplió en Abraham mismo.
La Escritura nos dice en Hechos 7:5 que Dios no dio a Abraham ninguna herencia en la tierra, incluso ni para poder asentar un pie. Sin embargo, como dice el versículo 5, Dios “prometió que se la daría en posesión, y a su descendencia después de él, cuando él aún no tenía hijo”. No puede haber, en nuestra opinión, mejor prueba tan más clara de que la promesa de tierra prometida como toda promesa del Antiguo Testamento tengan una realización espiritual. La promesa de tierra prometida siempre fue esencialmente la promesa de una herencia celestial, y no realmente de alguna tierra o herencia terrenal.
Hebreos 11:8-16 confirma esto. Cuando Abraham por la fe salió de Ur de los caldeos para ir a la tierra que Dios le había prometido, él sabia y esperaba “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10). También Isaac y Jacob confesaban siempre “que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11:13), y declararon que ellos anhelaban una patria, “una mejor, esto es, celestial“(Hebreos 11:16). De hecho, “si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver” (Hebreos 11:15), pero eso no era su esperanza como tampoco la nuestra.
Debido a que la promesa de la tierra prometida a Abraham era en realidad una promesa espiritual como cosas celestiales, así todos los verdaderos hijos de Abraham (Romanos 3:28-29; 4:16-17; Gálatas 3:29), todos aquellos que creen en el Dios de Abraham tanto Judíos como gentiles, deberán gozar el cumplimiento de esa promesa y de todos las otras promesas del pacto que Dios hizo a Abraham y a su descendencia. Ninguno fallará en obtener lo que se prometió —No Abraham asimismo, no aquellos creyentes Judíos que habían sido esparcidos a la cautividad y nunca regresaron a Canaán, ni los creyentes gentiles que son también verdaderos hijos de Abraham por la fe.
Por lo tanto, todos los hijos de Abraham heredan junto con Abraham algo mucho mejor que las colinas y los ríos y las ciudades de la tierra terrenal. Ellos entran en la herencia bendita de la que Hebreos 12:22-24 habla y no hay mejor bendición que esa.
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