Por Herman Hoeksema
¡El Príncipe de Paz!
¡Maravilloso!
Un nombre maravilloso, de hecho, en un mundo destrozado por la guerra, sangrando de mil heridas: ¡El Príncipe de Paz! ¡Nombre mágico en un mundo de angustia y agitación constante!
No es de extrañar que incluso aquellos que no le conocen y no entienden nada de la paz que Él vino a traer, están fascinados por el encanto y la magia de ese Nombre, y cada temporada de Navidad hablen de Él y canten las alabanzas sobre Él de lo que ellos conciben como el Príncipe de ¡Paz! Ellos captan la música exquisitamente calmante del Nombre en sí, y prueban el regalo celestial envuelto en ese Nombre, como la buena Palabra de Dios al respecto y las potestades del mundo venidero en relación a ese Nombre; un mundo de justicia y paz eterna.
Viendo es que ven; Oyendo es que escuchan. Sin embargo no perciben; todavía no entienden.
Usan el Nombre; ¡Lo rechazan a Él Su roca no es nuestra Roca; Su Príncipe de Paz no es el Cristo de las Escrituras.
Él, el Príncipe de la Paz según las Escrituras, se caracteriza por la paz en toda su apariencia, misión, trabajo, dominio y ser. Para establecer la paz Él vino al mundo. Para gobernar en paz para siempre Él obró y trabajó, luchó y sufrió y descendió incluso a las partes más bajas de la tierra. Porque la paz vino a establecer, la paz verdadera vino dar. No la paz superficial que se crea por conferencias o tribunales de hombres, por tratados firmados, por pactos sellados de los cuales son quebrantados por ellos mismos quienes los hacen; Sino verdadera, real, una paz fundamental que vino a crear para los hombres. Bastante imposible es, de hecho, traer la paz en las relaciones entre los hombres y las naciones donde no hay paz en el corazón en realidad; ¡y desesperanzadora es la esperanza de la paz en los corazones de los hombres mientras primero no haya paz con Dios!
La inutilidad del intento de establecer la paz donde no hay paz en el mundo, se ha demostrado en los últimos años más claramente que nunca. Por la paz ellos suspiran y la guerra es temida. De la paz hablan en discursos y cantaletas en discusiones alrededor de las mesas de las conferencias. Construyeron palacios de paz. Celebraron conferencias sobre la paz. Intentaron acuerdos de desarme. Firmaron tratados de paz. Establecen alianzas de naciones. Sin embargo, nunca hubo un tiempo en el que el mundo estuviera tan lleno de codicia, odio, desconfianza y guerra como la nuestra. ¡Hablan de paz, paz, donde en realidad no hay paz alguna!
¡La paz es una profunda realidad espiritual!
Es una cuestión de corazón. ¡Presupone y está arraigada en el amor, el amor del uno al otro! ¡El amor del otro está enraizado en el amor de Dios! ¡El amor de Dios es amor de Dios mismo! ¡En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros! Por lo tanto, el amor es también justicia, santidad y verdad.
Sin ellos no hay amor, no hay amor de Dios para con nosotros ni hay amor de nosotros a Dios, ni amor el uno para el otro sin esta verdad. Y sin este amor no hay paz al final: no hay paz con Dios, ni paz en Dios para con nosotros, ni paz de nosotros hacia Dios, ni paz entre hombre y hombre, entre grupo y grupo, entre nación y nación. ¡Es, y debe ser, guerra!
¡No hay acceso directo a la paz! El único camino a la paz es el de la justicia, la verdad, la santidad, el amor, la vida. Ese camino viajó el Príncipe de la Paz, el capitán de nuestra salvación!
Paz, Él hizo en primer lugar con Dios. La paz eterna sobre la base de una justicia eterna. Pues Él, voluntariamente, en la obediencia del amor se puso bajo la copa de la ira de Dios en la hora del juicio; Obedientemente descendió a la más profundas angustias y agonías de la muerte y del mismo infierno para satisfacer la inmutable justicia de Dios, abriendo así el camino para la paz sobre la base de los propios términos de Dios: ¡Su justicia! Esa paz Él nos la da. Porque el Príncipe de Paz que murió para hacer la paz también fue levantado en paz, fue glorificado y exaltado a la diestra de Dios para reinar en paz y para vencer todas las fuerzas malignas, en base a esto, se le dio el Espíritu de paz para realizar esta paz en los corazones de todos sus miembros. Por ese mismo Espíritu, él nos conduce a su reino de paz con Dios y nos asegura nuestra reconciliación a través de Su sangre, a causa de Él se elimina la enemistad contra Dios que está en nuestros corazones por naturaleza, para luego derramar en nosotros el amor de Dios y causar en nosotros el cantar con alegría: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.”
¡El Príncipe de la Paz!
¡Por medio de esa paz con Dios tenemos paz unos con otros!
Por naturaleza somos guerrilleros. Porque vivimos en malicia, envidia y codicia. Estamos llenos de orgullo y odio uno al otro. Pero cuando el Príncipe de Paz reina en nuestros corazones por su Espíritu y gracia, nos convertimos en hacedores de paz, nos amamos unos a otros, nos humillamos, perdonamos y recibimos perdón unos a otros, tal como Dios nos perdonó por amor de Cristo. ¡Y por medio de Él tenemos paz con todas las cosas!
Porque teniendo paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, ahora también estamos seguros de que todas las cosas son nuestras y nostros somos Suyos y Él de Dios, y que Dios, que nos ha reconciliado consigo mismo por medio de la muerte de Su Hijo; seguramente hará que todas las cosas obren a bien para nuestro bien.
¡Y esperamos con interés el reino final futuro de la paz por venir!
Para ese entonces, en los cielos nuevos y la tierra nueva, en la cual habitará la justicia; el tabernáculo de Dios se extenderá sobre todo. ¡La creación participará en la gloriosa libertad de los hijos de Dios! Y no habrá nada que destruya en absoluto el santo monte de Dios.
¡Bendito Príncipe de Paz que tenemos!
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